por Javier Fernández Calles
Jean huía rápidamente
como si el mismo dios Hermes le hubiese prestado su oficio durante un tiempo;
quería escapar del peligro que la perseguía. Su cabello más brillante que el
mismo sol se arremolinaba alrededor de su cabeza despidiendo cada cierto tiempo
destellos argénteos. Sus ropas se le pegaban al cuerpo debido al sudor y
dejaban entrever la estilizada figura de una joven adulta.
A su lado, casi igual de veloz se encontraba Ellion
su amigo fiel e inseparable capaz de cualquier cosa por protegerla del más mínimo
peligro. Su cabello, color cobrizo le daba un aspecto adulto, aunque en
realidad naciera el mismo año que su compañera.
Unas sombras les seguían, sin despegarse de ellos.
El poco rastro de humanidad lo habían perdido al perseguir a aquellos jóvenes.
No se los podía consideran seres humanos, esas sombras eran el producto de la
guerra, el hambre, la desesperación, de la misma oscuridad del ser humano que
convierte todo lo que toca en simples marionetas en pos de la necesidad.
Ambos giraron al mismo tiempo a un callejón a una
velocidad vertiginosa. Se escondieron en un portal sucio hasta que la amenaza
pasó de largo y desapareció. Entonces Ellion dijo con voz entrecortada y agotada:
-¿Estás bien?
-Sí –contestó con voz temblorosa Jean-. Hemos
conseguido evitarles.
Pero estas últimas palabras rompieron en llanto y
las lágrimas corrieron por su rostro como enormes gotas de cristal. Lloraba de
impotencia y de dolor por los seres queridos perdidos y por la necesidad de
sacar el enorme odio que sentía dentro de sí misma.
Ellion la rodeó con sus brazos, permaneció a su lado
dándole toda la poca seguridad que podía conseguir y juntos recordaron como sus
vidas y las de todo el planeta cambiaron en cinco años; en solamente cinco
años.
Hace exactamente un lustro discurría por el mundo el año 2050; la mayoría de la
población vivía cómodamente gracias al dolor de otros. La gente se encontraba
por fin tranquila y sin preocupaciones pero la naturaleza caótica y destructiva
del ser humano pudo más que las promesas de paz que había en ese tiempo.
Estalló una guerra enorme entre los distintos países del planeta, simplemente porque
algunos querían ser más ricos aún de lo que eran; esta guerra fue conocida como
la Tercera Guerra Mundial y superó con creces las otras dos anteriores en
cuanto a muertes y destrucción.
Los avances científicos crearon armas capaces de
segar vidas tan rápidamente que nadie hasta entonces había sido capaz de ver
tantos muertos juntos. En esos cinco años los humanos se destruyeron a sí
mismos y la población mundial mermó considerablemente situándose de los siete
mil millones a los dos mil millones. En solamente cinco míseros años.
Los supervivientes tenían que convivir con el
hambre, el desorden público y el miedo a las constantes bandas que se dedicaban
a secuestrar a gente para venderla como esclavos. Estas bandas eran despojos de
la guerra, carentes de humanidad, sombras de lo que en un tiempo llegó a ser el
ser humano.
Jean y Ellion eran de estos supervivientes y después
de ver cómo sus familias morían se dedicaron a vagar como almas en pena por la
ciudad escapando de los constantes cazadores de esclavos y viviendo una
aventura para encontrar algo con lo que alimentarse. Pero ellos eran
diferentes, no se habían dejado arrastrar por el salvajismo de la época; se
habían prometido en lo más hondo de su ser que nunca, bajo ninguna
circunstancia, darían fin a una vida humana. Esta promesa les permitía vivir
como personas y no como la mayoría de los supervivientes de la guerra, que
vivían (si se le puede llamar vivir) como simples bestias sin ningún principio
al que afanarse.
Decidieron ir a un pequeño hotel abandonado a dormir
y así, resguardarse del tiempo, ya cercano al tembloroso invierno. Allí
estuvieron hablando:
-¿Qué va a ser de nosotros?-preguntó Jean.
-¿A qué te refieres?-dijo confundido Ellion.
-¿Dónde vamos a vivir? ¿A dónde vamos?-explicó
desconsolada Jean.
Esta conversación había sido mantenida por ambos
varias veces a lo largo del tiempo que llevaban juntos y nunca se habían decidido
a abandonar la pequeña ciudad de Olympia, al sur de Seattle debido a que no
creían que pudiesen estar mejor en otro lugar ya que los dos pensaban
firmemente que los demás lugares del mundo también habían sido destruidos. Pero
ese día la conversación inacabable dio un giro inesperado para Jean:
-Pues para tu información he conseguido saber a dónde
vamos a ir-contestó Ellion a la eterna pregunta de su amiga-Existe un lugar en
Alaska llamado Anchorage que según unos rumores recientes dicen que allí todavía
existe orden.
Jean se quedó estupefacta y de pronto hizo lo que no
había realizado en muchos meses, sonreír. Su alegría fue tal por saber que
podían ir a un nuevo hogar, es decir, que tenían una meta que no pudo contener
su gozo y se abalanzó sobre su leal amigo y sin contener las lágrimas de
alegría se quedó llorando en su pecho. Se sintieron más unidos de lo que lo
habían estado nunca porque, por fin, sus almas tenían esperanza de que había un
lugar bueno y seguro donde no tenías que vigilar tu espalda constantemente.
Así, los dos juntos planearon ir hasta la ciudad del norte desde ese día para
ellos conocida como la Ciudad de la Esperanza.
Decidieron ir por caminos y carreteras poco transitadas
y alejadas de los núcleos urbanos, para evitar todos los problemas que estas
ocultaban en sus polvorientos y destrozados callejones. Avanzaban de noche con
el oscuro aliento del viento en sus nucas y sobre sus cabezas miles de motas
centelleantes.
Pasaron de largo la enorme urbe, ahora consumida en
el más intenso fuego del Infierno, de Seattle y las últimas ciudades del país
de Estados Unidos sin detenerse en ellas y, un día, cruzaron la frontera con el
país vecino. No solían hablar mucho pero sus corazones estaban unidos en la
misma empresa y por eso avanzaban tranquilos y seguros.
Una noche helada vieron una hoguera alta y orgullosa
en el centro de un claro de un bosque por el que pasaban. Se fijaron a ver
quiénes eran y pudieron conocer que los que se encontraban allí eran cazadores
de esclavos. Podían haber pasado de largo y así evitarse múltiples problemas
pero el destino, o simplemente la casualidad, quiso que Ellion se fijara un
momento en ese lugar y se quedó quieto con una firme idea dentro de su mente.
-¿Qué pasa?-preguntó preocupada Jean-.Vámonos de
aquí, pueden oírnos.
-No podemos abandonar a los que tienen
retenidos-contestó susurrando su compañero-. Fíjate.
Jean posó su clara mirada en el grupo del despejado claro
y advirtió que la mayoría de los secuestrados eran mujeres ancianas indefensas
y niños muy pequeños; además a los cazadores, esta situación les parecía
bastante divertida y continuamente se dedicaban a burlarse de sus “presas”.
Entonces Jean entendió lo que Ellion quería decirle y por su propia forma de
ser decidió ayudarle.
-¿Entonces qué vamos a hacer para
liberarlos?-preguntó en el mismo tono que su amigo antes.
-Los traficantes de esclavos están armados-contestó
Ellion-. Pero tal vez logremos distraerlos.
-¡Ya lo sé!-dijo alegremente Jean, aunque
rápidamente se tapó la boca por temor a que la escucharan-.Podríamos quemar
parte del bosque y, así, con la confusión la gente podría huir.
Ellion asintió de acuerdo con su amiga y en susurros
idearon el plan para ayudar a esa pobre gente. Encendieron llamas por todo el
bosque y de pronto la desorganización del claro fue evidente: todos, tanto
traficantes como traficados, querían huir del terrible baile de fuego que se
iba a convertir el claro. Los cazadores de esclavos corrieron hacia todos los
lados dejando a las mujeres y niños secuestrados sin vigilancia.
Jean había planeado esta cobardía de los traficantes
y guió a las mujeres indefensas y niños a zonas más seguras lejos de sus
terribles captores y del llameante bosque.
Mientras tanto Ellion se estaba encargando de
asegurarse de que los traficantes no intentaran recuperar su “mercancía”. Su
importante misión la llevaba a cabo escondido pero, ya fuera por su mala atención
en esta habilidad o por la penetrante vista de un cazador, fue descubierto.
El cazador se abalanzó junto con su enorme daga
sobre Ellion pero este ágil como una pantera logró esquivarla y en otro
movimiento que habría sido la envidia de un guepardo, le sujetó la muñeca
fuertemente, como si su mano fuera una garra de acero, y consiguió que el cazador
soltara su aguda arma. Pero este demostrando que no tenía nada que envidiar de
la rapidez de Ellion, le golpeó salvajemente.
Se sucedieron una larga serie de golpes hasta que,
por fin, Ellion consiguió que su enemigo se encontrara tumbado en el húmedo
suelo completamente indefenso. Pero Ellion fiel a su promesa no acabó con su vida
y lo dejó marchar.
Ellion se encontraba exhausto y magullado por los
terribles golpes del cazador, se apoyó en un árbol pero, de repente, se sintió
observado. Giró su cabeza y se encontró con un chico probablemente de su misma
edad, de pelo rojo como el mismo fuego que quemaba el bosque y de ojos negros
como el azabache.
Ellion desconfió de él por su mirada, fría y
maliciosa, su postura era extraña desgarbada y natural pero estaba
completamente fuera de contexto en un bosque en llamas y tenía un ligero aire
de desdén. Ellion se sentía irritado por su presencia y pensaba gritarle para
que se fuera pero, súbitamente, apareció Jean.
-Ya terminé-dijo, contenta, pero al ver el lastimoso
aspecto de Ellion, le preguntó preocupada-. ¿Estás bien?
-Sí, no te preocupes-contestó alegre Ellion por
tenerla cerca-. Pero vámonos que esta zona puede ser peligrosa.
El misterioso de pelo ardiente se acercó al oír
estas palabras y les dijo con palabras suplicantes:
-¿Os vais? ¿Puedo ir con vosotros?
Jean y Ellion se miraron, Ellion desconfiaba de él
pero no tenía ninguna prueba y además era demasiado bueno para rechazarle, a
Jean no le parecía ni bien ni mal y creía que con suerte les ayudaría así que
decidieron admitirle en su grupo.
-Bien, te dejamos venir con vosotros-respondió Jean
-Vámonos-ordenó autoritariamente el recién llegado y
empezó a caminar.
-Pero… ¡¡si no nos has dicho ni tu nombre!!-gritó
Ellion cada vez desconfiando más del chico pelirrojo por su extraño
comportamiento.
-Soy Phoenix-contestó fríamente-.Y vámonos.
Y así, con un nuevo miembro en su grupo, reanudaron
su viaje en busca de la Ciudad de la Esperanza.
No hablaban mucho y por más que lo intentaron no
consiguieron más información acerca de Phoenix. Sus caminatas eran largas y
silenciosas porque con la llegada del misterioso acompañante, Jean y Ellion,
habían dejado de hacer sus típicas conversaciones y en poco tiempo la atmósfera
del grupo era pésima.
Muy pocos días después de encontrarse con Phoenix,
llegaron a la ciudad Vancouver, si se podía seguir llamando ciudad a eso. Desde
una pequeña colina observaron las ruinas de una gran ciudad completamente
destruida y negra lo más probable por una bomba nuclear y su aspecto se
asemejaba al de miles de ciudades del mundo, ruinas negras y quemadas sin
ningún rastro de vida y todos sus habitantes en otro mundo muy lejano.
Jean no pudo contener las lágrimas y se abrazó
a su amigo Ellion y lloró allí largo rato. Mientras tanto este intentaba
consolarla y miraba apesadumbrado las ruinas de Vancouver y pensaba en la
barbarie que había cometido la humanidad destruyendo millones de vidas y cómo
había perdido a todos sus seres queridos. Ajeno a todo eso Phoenix se
encontraba aburrido, dibujando garabatos en la tierra calcinada. Hicieron caso
a Phoenix y abandonaron la colina junto con las vistas horribles que poseía.
Continuaron su viaje hacia el norte, más
rápidamente de lo que lo habían hecho antes porque no querían ver más
espectáculos como el de Vancouver. Sus conversaciones eran prácticamente nulas
y solo se comunicaban entre ellos para decidir dónde debían dormir. A veces
pasaban hambre pero conseguían encontrar algún pueblo abandonado donde lograr
su sustento.
Unas semanas después de partir de
Vancouver llegaron a Kamloops; una ciudad fría y habitada únicamente por unos
pocos hombres y mujeres grises, es decir, sin ninguna esperanza de mejorar.
Jean y sus compañeros estaban hambrientos y completamente exhaustos; parecían
muertos que caminaban por las calles.
-Tenemos que comer algo, ¡me muero de
hambre!-dijo débilmente Jean.
-Y también necesitamos un lugar donde
refugiarnos y dormir-pronunció Ellion con la voz igual de cansada que la de su
amiga.
-Nos tenemos que dividir: Ellion, tú
buscarás comida; Jean, tú también y yo buscaré un refugio-les propuso Phoenix.
Ellion se mostró reacio a obedecer sus
órdenes pero como no tenía otra propuesta la acató sin protestar. Así, los tres
se separaron.
Pero Jean estaba preocupada por lo que
pudiera pasarle a Ellion, últimamente no se hablaban mucho pero, aún así, a
Jean no le gustaba que su más querido amigo estuviese solo en una ciudad tan
peligrosa. Por eso decidió seguirle.
Ellion entró en un supermercado
destrozado sin percatarse de que Jean lo seguía. Buscó por todos lados pero no
había ningún alimento ya que los habitantes de la ciudad se habían encargado de
cogerlos todos. Le pareció ver una lata debajo de una estantería y se agachó a
cogerla.
Jean le observó oculta,
sus ojos poseían un brillo especial al mirarlo. Súbitamente un hombre surgió
detrás de Ellion. Llevaba en su mano un cuchillo enorme y trazando un arco con
la mano lo dirigió al corazón de su amigo. Jean podría haberlo avisado pero el
miedo se lo impidió y pensaba que su amigo iba a perecer allí mismo pero en el
último instante, gracias a un golpe de suerte, Ellion esquivó el golpe y cada
uno de los contrincantes se abalanzó sobre su contrario.
Jean observaba la
maraña de cuerpos donde se encontraba su amigo. Ella seguía completamente
inmóvil y vio cómo el acero cortaba la carne y unas gotas de líquido escarlata
caían al suelo seguidas por un chorro que lo salpicó todo, su cuerpo perdió las
fuerzas y quedó tumbado en el suelo completamente quieto, todavía cálido pero
ya sin vida.
Ellion se encontraba
junto al cadáver de su enemigo con el cuchillo ensangrentado aún en sus manos.
Jean se alegró de que su amigo no fuese el muerto pero esa alegría fue
consumida por la furia que la recorrió y la llenó hasta lo más hondo de su ser.
Su amigo, su más fiel amigo había roto la promesa más sagrada que se habían
hecho, su repugnancia por él fue enorme y todo el amor que hacia él había
sentido se desvaneció en un momento. Sin pensar en nada más dejó su escondite y
se acercó a su compañero cubierto de sangre; Ellion al verla primero se sintió
desconcertado y después aliviado porque pensaba que su amiga le ayudaría pero
cuando Jean estuvo cerca de él levantó su mano y le cruzó la cara con una
sonora bofetada.
-¡Eres un salvaje
asqueroso! ¡¿Cómo has podido hacer esto?!-preguntó con lágrimas en los ojos Jean.
-Pero...-intentó
contestar Ellion.
-¡No quiero saber nada
más de ti, eres un traidor que rompes tus promesas!-gritó furiosa Jean-. ¡Ni se
te ocurra volver a mi lado, desde ahora te quedas solo!
Dicho esto se marchó
corriendo llorando por perder a una persona tan amada. Ellion se quedó allí
desconcertado por cómo había pasado todo y decidido a hacerle comprender a Jean
que él no lo quería haber matado, que había sido un accidente y por ello
decidió seguirla y así, al mismo tiempo, protegerla.
Jean volvió todavía muy
enfadada con Phoenix y le gritó que se marcharan de aquí, Phoenix desconcertado
la obedeció y al ver que Ellion no estaba se imaginó que se habían separado;
sonrió maliciosamente ya que ahora todo sería más fácil sin él.
Jean y Phoenix continuaron
su viaje. No se dirigían la palabra ya que Phoenix le contestaba a Jean con monosílabos
a cada pregunta que esta le formulaba; Jean odiaba esta actitud de Phoenix y a
pesar de que odiaba a Ellion no podía parar de pensar en él por mucho que le
doliera.
Estuvieron caminando
semanas enteras los dos en silencio y pasando un frío enorme pero por fin un
día llegaron a la ciudad de Prince George y, a pesar de que era un lugar triste
y helado, agradecieron llegar allí. Phoenix parecía extrañamente contento de
haber llegado a esta ciudad y a Jean le resultó extraño pero, como parecía más
contento que de costumbre, lo agradeció.
Estuvieron allí mucho
tiempo a pesar de que Jean quería continuar su viaje Phoenix mantenía excusas incoherentes
para poder permanecer en esa ciudad; Jean le presionaba para que continuaran
pero Phoenix la retenía. Hasta que un día vieron venir un grupo de cazadores de
esclavos a la ciudad, entontes dijo Jean furiosa:
-¡Ya estoy hasta de
permanecer aquí! ¡Nos vamos!
-No nos vamos –contesto
tranquilamente Phoenix -.Te quedas aquí.
-Pues adiós yo me voy
aunque sea sola.
- ¿No te has dado
cuenta todavía? Estas aquí conmigo porque te necesito-dijo casi riéndose
Phoenix-.Simplemente me uní a vosotros porque lo que quería era librarme pronto
de ese imbécil y luego simplemente venderte. Podrás hacerme rico con lo guapa
que eres.
Mientras decía eso le
pasó suavemente el dedo índice por el rostro y mostraba un sonrisa malévola.
Jean se quedó
petrificada bajo esa confesión. Nunca habría imaginado que lo que Phoenix
quería era venderla como esclava, la invadió otra vez la furia que había
experimentado con Ellion e intentó huir de la habitación pero Phoenix como si
fuera un perro de caza la sujetó fuertemente y no dejó que se marchara.
-No intentes huir-la
amenazó.
Entonces para
asegurarse de que no huía la ató y se dedicó a abofetearla. Jean entonces perdió
toda esperanza de llegar a Anchorage y fue la peor sensación que podía haber
experimentado. De pronto se transformó en otra de las tantas mujeres grises que
había.
Pero para su esperanza
Ellion, no la había abandonado, les había estado siguiendo todo el camino,
siempre oculto de sus miradas, escondido entre árboles o agachado tras un
arbusto. Durante todo este tiempo había vigilado sin descanso a Jean, protegiéndola.
A pesar de lo que sucedió Ellion la seguía queriendo y pensaba mantenerla
segura más que nada en el mundo. Durante toda la conversación había estado
detrás de la puerta, espiándoles todo lo que se decían. En cuanto oyó la
confesión de Phoenix abrió la puerta como un huracán.
Phoenix estaba
completamente sorprendido, le miró con una extraña expresión en su cara. Se abalanzaron
el uno sobre el otro, golpeando su cuerpos con salvajes movimientos pero el
chico del pelo de fuego no pudo contra la verdad y el valor de Ellion y pronto
se encontró en el suelo, aturdido e inmovilizado.
- ¡Vete!- le gritó Ellion-
No queremos verte nunca más, no te vuelvas a acercar.
Phoenix salió
corriendo, con la cara encendida y cojeando pero se marchó rápidamente mientras
maldecía entre dientes.
Jean lo había observado
todo y se había quedado estupefacta al ver a su antiguo amigo surgir de la nada
y como un héroe de cuento salvarla. Le invadieron sentimientos contradictorios.
- Jean…- pronunció
lentamente Ellion mientras la miraba con ojos llenos de ternura- Yo…
Ella le hizo un leve
gesto con la mano para indicarle que permaneciese en silencio. Estaba confusa: por
una parte, le seguía odiando por matar a aquel hombre y por otra parte, quería
quedarse con él ya que era su amigo y la había salvado de caer en la garras de
la desesperación. No sabía qué hacer, era todo tan extraño no se quería
imaginar como habría sido su vida si Ellion no la hubiese salvado pero le
costaba estar a su lado.
Entonces miró a Ellion
a los ojos y vio todo el cariño que hacia ella sentía, se dio cuenta de que
Ellion no había querido matar a ese hombre, si no lo hubiera matado
accidentalmente, lo más probable es que el muerto hubiera sido Ellion y ella se
encontraría completamente sola, se dio cuenta de que su amigo estaba destrozado
por la muerte de aquel hombre, no habría querido matar bajo ningún concepto y el
brutal mundo en el que vivían lo había obligado a cometerlo. Jean se levantó y
sin dejar que Ellion pronunciara ninguna palabra lo besó y por medio de ese
beso ambos compartieron más que con todas las palabras del mundo.
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Habían llegado, es lo
que pensó Jean, cuando vio la maravillosa y ordenada ciudad de Anchorage; por
fin habían llegado. La ciudad presentaba un aspecto acogedor algo que no se
podía decir de las demás ciudades del mundo. Jean estaba muy contenta pero
ahora tenía otra cosa que cumplir junto con su querido Ellion; ellos y los
habitantes de la ciudad intentarían que la humanidad se recuperara de su gran
error, que consiguiese llegar a un mundo donde la paz y la fraternidad
reinasen. No sabían si lo conseguirían, pero lo intentarían y así a sus
corazones no les faltaría nunca ni luz ni esperanza.
PDF de La Caída de la Humanidad
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