sábado, 16 de febrero de 2013

La Caída de la Humanidad

por Javier Fernández Calles  

Jean huía rápidamente como si el mismo dios Hermes le hubiese prestado su oficio durante un tiempo; quería escapar del peligro que la perseguía. Su cabello más brillante que el mismo sol se arremolinaba alrededor de su cabeza despidiendo cada cierto tiempo destellos argénteos. Sus ropas se le pegaban al cuerpo debido al sudor y dejaban entrever la estilizada figura de una joven adulta.
A su lado, casi igual de veloz se encontraba Ellion su amigo fiel e inseparable capaz de cualquier cosa por protegerla del más mínimo peligro. Su cabello, color cobrizo le daba un aspecto adulto, aunque en realidad naciera el mismo año que su compañera.
Unas sombras les seguían, sin despegarse de ellos. El poco rastro de humanidad lo habían perdido al perseguir a aquellos jóvenes. No se los podía consideran seres humanos, esas sombras eran el producto de la guerra, el hambre, la desesperación, de la misma oscuridad del ser humano que convierte todo lo que toca en simples marionetas en pos de la necesidad.
Ambos giraron al mismo tiempo a un callejón a una velocidad vertiginosa. Se escondieron en un portal sucio hasta que la amenaza pasó de largo y desapareció. Entonces Ellion dijo con voz entrecortada  y agotada:
-¿Estás bien?
-Sí –contestó con voz temblorosa Jean-. Hemos conseguido evitarles.
Pero estas últimas palabras rompieron en llanto y las lágrimas corrieron por su rostro como enormes gotas de cristal. Lloraba de impotencia y de dolor por los seres queridos perdidos y por la necesidad de sacar el enorme odio que sentía dentro de sí misma.
Ellion la rodeó con sus brazos, permaneció a su lado dándole toda la poca seguridad que podía conseguir y juntos recordaron como sus vidas y las de todo el planeta cambiaron en cinco años; en solamente cinco años.
Hace exactamente un lustro discurría  por el mundo el año 2050; la mayoría de la población vivía cómodamente gracias al dolor de otros. La gente se encontraba por fin tranquila y sin preocupaciones pero la naturaleza caótica y destructiva del ser humano pudo más que las promesas de paz que había en ese tiempo. Estalló una guerra enorme entre los distintos países del planeta, simplemente porque algunos querían ser más ricos aún de lo que eran; esta guerra fue conocida como la Tercera Guerra Mundial y superó con creces las otras dos anteriores en cuanto a muertes y destrucción.
Los avances científicos crearon armas capaces de segar vidas tan rápidamente que nadie hasta entonces había sido capaz de ver tantos muertos juntos. En esos cinco años los humanos se destruyeron a sí mismos y la población mundial mermó considerablemente situándose de los siete mil millones a los dos mil millones. En solamente cinco míseros años.
Los supervivientes tenían que convivir con el hambre, el desorden público y el miedo a las constantes bandas que se dedicaban a secuestrar a gente para venderla como esclavos. Estas bandas eran despojos de la guerra, carentes de humanidad, sombras de lo que en un tiempo llegó a ser el ser humano.
Jean y Ellion eran de estos supervivientes y después de ver cómo sus familias morían se dedicaron a vagar como almas en pena por la ciudad escapando de los constantes cazadores de esclavos y viviendo una aventura para encontrar algo con lo que alimentarse. Pero ellos eran diferentes, no se habían dejado arrastrar por el salvajismo de la época; se habían prometido en lo más hondo de su ser que nunca, bajo ninguna circunstancia, darían fin a una vida humana. Esta promesa les permitía vivir como personas y no como la mayoría de los supervivientes de la guerra, que vivían (si se le puede llamar vivir) como simples bestias sin ningún principio al que afanarse.
Decidieron ir a un pequeño hotel abandonado a dormir y así, resguardarse del tiempo, ya cercano al tembloroso invierno. Allí estuvieron hablando:
-¿Qué va a ser de nosotros?-preguntó Jean.
-¿A qué te refieres?-dijo confundido Ellion.
-¿Dónde vamos a vivir? ¿A dónde vamos?-explicó desconsolada Jean.
Esta conversación había sido mantenida por ambos varias veces a lo largo del tiempo que llevaban juntos y nunca se habían decidido a abandonar la pequeña ciudad de Olympia, al sur de Seattle debido a que no creían que pudiesen estar mejor en otro lugar ya que los dos pensaban firmemente que los demás lugares del mundo también habían sido destruidos. Pero ese día la conversación inacabable dio un giro inesperado para Jean:
-Pues para tu información he conseguido saber a dónde vamos a ir-contestó Ellion a la eterna pregunta de su amiga-Existe un lugar en Alaska llamado Anchorage que según unos rumores recientes dicen que allí todavía existe orden.
Jean se quedó estupefacta y de pronto hizo lo que no había realizado en muchos meses, sonreír. Su alegría fue tal por saber que podían ir a un nuevo hogar, es decir, que tenían una meta que no pudo contener su gozo y se abalanzó sobre su leal amigo y sin contener las lágrimas de alegría se quedó llorando en su pecho. Se sintieron más unidos de lo que lo habían estado nunca porque, por fin, sus almas tenían esperanza de que había un lugar bueno y seguro donde no tenías que vigilar tu espalda constantemente. Así, los dos juntos planearon ir hasta la ciudad del norte desde ese día para ellos conocida como la Ciudad de la Esperanza.
Decidieron ir por caminos y carreteras poco transitadas y alejadas de los núcleos urbanos, para evitar todos los problemas que estas ocultaban en sus polvorientos y destrozados callejones. Avanzaban de noche con el oscuro aliento del viento en sus nucas y sobre sus cabezas miles de motas centelleantes.
Pasaron de largo la enorme urbe, ahora consumida en el más intenso fuego del Infierno, de Seattle y las últimas ciudades del país de Estados Unidos sin detenerse en ellas y, un día, cruzaron la frontera con el país vecino. No solían hablar mucho pero sus corazones estaban unidos en la misma empresa y por eso avanzaban tranquilos y seguros.
Una noche helada vieron una hoguera alta y orgullosa en el centro de un claro de un bosque por el que pasaban. Se fijaron a ver quiénes eran y pudieron conocer que los que se encontraban allí eran cazadores de esclavos. Podían haber pasado de largo y así evitarse múltiples problemas pero el destino, o simplemente la casualidad, quiso que Ellion se fijara un momento en ese lugar y se quedó quieto con una firme idea dentro de su mente.
-¿Qué pasa?-preguntó preocupada Jean-.Vámonos de aquí, pueden oírnos.
-No podemos abandonar a los que tienen retenidos-contestó susurrando su compañero-. Fíjate.
Jean posó su clara mirada en el grupo del despejado claro y advirtió que la mayoría de los secuestrados eran mujeres ancianas indefensas y niños muy pequeños; además a los cazadores, esta situación les parecía bastante divertida y continuamente se dedicaban a burlarse de sus “presas”. Entonces Jean entendió lo que Ellion quería decirle y por su propia forma de ser decidió ayudarle.
-¿Entonces qué vamos a hacer para liberarlos?-preguntó en el mismo tono que su amigo antes.
-Los traficantes de esclavos están armados-contestó Ellion-. Pero tal vez logremos distraerlos.
-¡Ya lo sé!-dijo alegremente Jean, aunque rápidamente se tapó la boca por temor a que la escucharan-.Podríamos quemar parte del bosque y, así, con la confusión la gente podría huir.
Ellion asintió de acuerdo con su amiga y en susurros idearon el plan para ayudar a esa pobre gente. Encendieron llamas por todo el bosque y de pronto la desorganización del claro fue evidente: todos, tanto traficantes como traficados, querían huir del terrible baile de fuego que se iba a convertir el claro. Los cazadores de esclavos corrieron hacia todos los lados dejando a las mujeres y niños secuestrados sin vigilancia.
Jean había planeado esta cobardía de los traficantes y guió a las mujeres indefensas y niños a zonas más seguras lejos de sus terribles captores y del llameante bosque.
Mientras tanto Ellion se estaba encargando de asegurarse de que los traficantes no intentaran recuperar su “mercancía”. Su importante misión la llevaba a cabo escondido pero, ya fuera por su mala atención en esta habilidad o por la penetrante vista de un cazador, fue descubierto.
El cazador se abalanzó junto con su enorme daga sobre Ellion pero este ágil como una pantera logró esquivarla y en otro movimiento que habría sido la envidia de un guepardo, le sujetó la muñeca fuertemente, como si su mano fuera una garra de acero, y consiguió que el cazador soltara su aguda arma. Pero este demostrando que no tenía nada que envidiar de la rapidez de Ellion, le golpeó salvajemente.
Se sucedieron una larga serie de golpes hasta que, por fin, Ellion consiguió que su enemigo se encontrara tumbado en el húmedo suelo completamente indefenso. Pero Ellion fiel a su promesa no acabó con su vida y lo dejó marchar.
Ellion se encontraba exhausto y magullado por los terribles golpes del cazador, se apoyó en un árbol pero, de repente, se sintió observado. Giró su cabeza y se encontró con un chico probablemente de su misma edad, de pelo rojo como el mismo fuego que quemaba el bosque y de ojos negros como el azabache.
Ellion desconfió de él por su mirada, fría y maliciosa, su postura era extraña desgarbada y natural pero estaba completamente fuera de contexto en un bosque en llamas y tenía un ligero aire de desdén. Ellion se sentía irritado por su presencia y pensaba gritarle para que se fuera pero, súbitamente, apareció Jean.
-Ya terminé-dijo, contenta, pero al ver el lastimoso aspecto de Ellion, le preguntó preocupada-. ¿Estás bien?
-Sí, no te preocupes-contestó alegre Ellion por tenerla cerca-. Pero vámonos que esta zona puede ser peligrosa.
El misterioso de pelo ardiente se acercó al oír estas palabras y les dijo con palabras suplicantes:
-¿Os vais? ¿Puedo ir con vosotros?
Jean y Ellion se miraron, Ellion desconfiaba de él pero no tenía ninguna prueba y además era demasiado bueno para rechazarle, a Jean no le parecía ni bien ni mal y creía que con suerte les ayudaría así que decidieron admitirle en su grupo.
-Bien, te dejamos venir con vosotros-respondió Jean
-Vámonos-ordenó autoritariamente el recién llegado y empezó a caminar.
-Pero… ¡¡si no nos has dicho ni tu nombre!!-gritó Ellion cada vez desconfiando más del chico pelirrojo por su extraño comportamiento.
-Soy Phoenix-contestó fríamente-.Y vámonos.
Y así, con un nuevo miembro en su grupo, reanudaron su viaje en busca de la Ciudad de la Esperanza.
No hablaban mucho y por más que lo intentaron no consiguieron más información acerca de Phoenix. Sus caminatas eran largas y silenciosas porque con la llegada del misterioso acompañante, Jean y Ellion, habían dejado de hacer sus típicas conversaciones y en poco tiempo la atmósfera del grupo era pésima.
Muy pocos días después de encontrarse con Phoenix, llegaron a la ciudad Vancouver, si se podía seguir llamando ciudad a eso. Desde una pequeña colina observaron las ruinas de una gran ciudad completamente destruida y negra lo más probable por una bomba nuclear y su aspecto se asemejaba al de miles de ciudades del mundo, ruinas negras y quemadas sin ningún rastro de vida y todos sus habitantes en otro mundo muy lejano.
Jean no pudo contener las lágrimas y se abrazó a su amigo Ellion y lloró allí largo rato. Mientras tanto este intentaba consolarla y miraba apesadumbrado las ruinas de Vancouver y pensaba en la barbarie que había cometido la humanidad destruyendo millones de vidas y cómo había perdido a todos sus seres queridos. Ajeno a todo eso Phoenix se encontraba aburrido, dibujando garabatos en la tierra calcinada. Hicieron caso a Phoenix y abandonaron la colina junto con las vistas horribles que poseía.
Continuaron su viaje hacia el norte, más rápidamente de lo que lo habían hecho antes porque no querían ver más espectáculos como el de Vancouver. Sus conversaciones eran prácticamente nulas y solo se comunicaban entre ellos para decidir dónde debían dormir. A veces pasaban hambre pero conseguían encontrar algún pueblo abandonado donde lograr su sustento.
Unas semanas después de partir de Vancouver llegaron a Kamloops; una ciudad fría y habitada únicamente por unos pocos hombres y mujeres grises, es decir, sin ninguna esperanza de mejorar. Jean y sus compañeros estaban hambrientos y completamente exhaustos; parecían muertos que caminaban por las calles.
-Tenemos que comer algo, ¡me muero de hambre!-dijo débilmente Jean.
-Y también necesitamos un lugar donde refugiarnos y dormir-pronunció Ellion con la voz igual de cansada que la de su amiga.
-Nos tenemos que dividir: Ellion, tú buscarás comida; Jean, tú también y yo buscaré un refugio-les propuso Phoenix.
Ellion se mostró reacio a obedecer sus órdenes pero como no tenía otra propuesta la acató sin protestar. Así, los tres se separaron.
Pero Jean estaba preocupada por lo que pudiera pasarle a Ellion, últimamente no se hablaban mucho pero, aún así, a Jean no le gustaba que su más querido amigo estuviese solo en una ciudad tan peligrosa. Por eso decidió seguirle.
Ellion entró en un supermercado destrozado sin percatarse de que Jean lo seguía. Buscó por todos lados pero no había ningún alimento ya que los habitantes de la ciudad se habían encargado de cogerlos todos. Le pareció ver una lata debajo de una estantería y se agachó a cogerla.
Jean le observó oculta, sus ojos poseían un brillo especial al mirarlo. Súbitamente un hombre surgió detrás de Ellion. Llevaba en su mano un cuchillo enorme y trazando un arco con la mano lo dirigió al corazón de su amigo. Jean podría haberlo avisado pero el miedo se lo impidió y pensaba que su amigo iba a perecer allí mismo pero en el último instante, gracias a un golpe de suerte, Ellion esquivó el golpe y cada uno de los contrincantes se abalanzó sobre su contrario.
Jean observaba la maraña de cuerpos donde se encontraba su amigo. Ella seguía completamente inmóvil y vio cómo el acero cortaba la carne y unas gotas de líquido escarlata caían al suelo seguidas por un chorro que lo salpicó todo, su cuerpo perdió las fuerzas y quedó tumbado en el suelo completamente quieto, todavía cálido pero ya sin vida.
Ellion se encontraba junto al cadáver de su enemigo con el cuchillo ensangrentado aún en sus manos. Jean se alegró de que su amigo no fuese el muerto pero esa alegría fue consumida por la furia que la recorrió y la llenó hasta lo más hondo de su ser. Su amigo, su más fiel amigo había roto la promesa más sagrada que se habían hecho, su repugnancia por él fue enorme y todo el amor que hacia él había sentido se desvaneció en un momento. Sin pensar en nada más dejó su escondite y se acercó a su compañero cubierto de sangre; Ellion al verla primero se sintió desconcertado y después aliviado porque pensaba que su amiga le ayudaría pero cuando Jean estuvo cerca de él levantó su mano y le cruzó la cara con una sonora bofetada.
-¡Eres un salvaje asqueroso! ¡¿Cómo has podido hacer esto?!-preguntó con lágrimas en los ojos Jean.
-Pero...-intentó contestar Ellion.
-¡No quiero saber nada más de ti, eres un traidor que rompes tus promesas!-gritó furiosa Jean-. ¡Ni se te ocurra volver a mi lado, desde ahora te quedas solo!
Dicho esto se marchó corriendo llorando por perder a una persona tan amada. Ellion se quedó allí desconcertado por cómo había pasado todo y decidido a hacerle comprender a Jean que él no lo quería haber matado, que había sido un accidente y por ello decidió seguirla y así, al mismo tiempo, protegerla.
Jean volvió todavía muy enfadada con Phoenix y le gritó que se marcharan de aquí, Phoenix desconcertado la obedeció y al ver que Ellion no estaba se imaginó que se habían separado; sonrió maliciosamente ya que ahora todo sería más fácil sin él.
Jean y Phoenix continuaron su viaje. No se dirigían la palabra ya que Phoenix le contestaba a Jean con monosílabos a cada pregunta que esta le formulaba; Jean odiaba esta actitud de Phoenix y a pesar de que odiaba a Ellion no podía parar de pensar en él por mucho que le doliera.
Estuvieron caminando semanas enteras los dos en silencio y pasando un frío enorme pero por fin un día llegaron a la ciudad de Prince George y, a pesar de que era un lugar triste y helado, agradecieron llegar allí. Phoenix parecía extrañamente contento de haber llegado a esta ciudad y a Jean le resultó extraño pero, como parecía más contento que de costumbre, lo agradeció.
Estuvieron allí mucho tiempo a pesar de que Jean quería continuar su viaje Phoenix mantenía excusas incoherentes para poder permanecer en esa ciudad; Jean le presionaba para que continuaran pero Phoenix la retenía. Hasta que un día vieron venir un grupo de cazadores de esclavos a la ciudad, entontes dijo Jean furiosa:
-¡Ya estoy hasta de permanecer aquí! ¡Nos vamos!
-No nos vamos –contesto tranquilamente Phoenix -.Te quedas aquí.
-Pues adiós yo me voy aunque sea sola.
- ¿No te has dado cuenta todavía? Estas aquí conmigo porque te necesito-dijo casi riéndose Phoenix-.Simplemente me uní a vosotros porque lo que quería era librarme pronto de ese imbécil y luego simplemente venderte. Podrás hacerme rico con lo guapa que eres.
Mientras decía eso le pasó suavemente el dedo índice por el rostro y mostraba un sonrisa malévola.
Jean se quedó petrificada bajo esa confesión. Nunca habría imaginado que lo que Phoenix quería era venderla como esclava, la invadió otra vez la furia que había experimentado con Ellion e intentó huir de la habitación pero Phoenix como si fuera un perro de caza la sujetó fuertemente y no dejó que se marchara.
-No intentes huir-la amenazó.
Entonces para asegurarse de que no huía la ató y se dedicó a abofetearla. Jean entonces perdió toda esperanza de llegar a Anchorage y fue la peor sensación que podía haber experimentado. De pronto se transformó en otra de las tantas mujeres grises que había.
Pero para su esperanza Ellion, no la había abandonado, les había estado siguiendo todo el camino, siempre oculto de sus miradas, escondido entre árboles o agachado tras un arbusto. Durante todo este tiempo había vigilado sin descanso a Jean, protegiéndola. A pesar de lo que sucedió Ellion la seguía queriendo y pensaba mantenerla segura más que nada en el mundo. Durante toda la conversación había estado detrás de la puerta, espiándoles todo lo que se decían. En cuanto oyó la confesión de Phoenix abrió la puerta como un huracán.
Phoenix estaba completamente sorprendido, le miró con una extraña expresión en su cara. Se abalanzaron el uno sobre el otro, golpeando su cuerpos con salvajes movimientos pero el chico del pelo de fuego no pudo contra la verdad y el valor de Ellion y pronto se encontró en el suelo, aturdido e inmovilizado.
- ¡Vete!- le gritó Ellion- No queremos verte nunca más, no te vuelvas a acercar.
Phoenix salió corriendo, con la cara encendida y cojeando pero se marchó rápidamente mientras maldecía entre dientes.
Jean lo había observado todo y se había quedado estupefacta al ver a su antiguo amigo surgir de la nada y como un héroe de cuento salvarla. Le invadieron sentimientos contradictorios.
- Jean…- pronunció lentamente Ellion mientras la miraba con ojos llenos de ternura- Yo…
Ella le hizo un leve gesto con la mano para indicarle que permaneciese en silencio. Estaba confusa: por una parte, le seguía odiando por matar a aquel hombre y por otra parte, quería quedarse con él ya que era su amigo y la había salvado de caer en la garras de la desesperación. No sabía qué hacer, era todo tan extraño no se quería imaginar como habría sido su vida si Ellion no la hubiese salvado pero le costaba estar a su lado.
Entonces miró a Ellion a los ojos y vio todo el cariño que hacia ella sentía, se dio cuenta de que Ellion no había querido matar a ese hombre, si no lo hubiera matado accidentalmente, lo más probable es que el muerto hubiera sido Ellion y ella se encontraría completamente sola, se dio cuenta de que su amigo estaba destrozado por la muerte de aquel hombre, no habría querido matar bajo ningún concepto y el brutal mundo en el que vivían lo había obligado a cometerlo. Jean se levantó y sin dejar que Ellion pronunciara ninguna palabra lo besó y por medio de ese beso ambos compartieron más que con todas las palabras del mundo.
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Habían llegado, es lo que pensó Jean, cuando vio la maravillosa y ordenada ciudad de Anchorage; por fin habían llegado. La ciudad presentaba un aspecto acogedor algo que no se podía decir de las demás ciudades del mundo. Jean estaba muy contenta pero ahora tenía otra cosa que cumplir junto con su querido Ellion; ellos y los habitantes de la ciudad intentarían que la humanidad se recuperara de su gran error, que consiguiese llegar a un mundo donde la paz y la fraternidad reinasen. No sabían si lo conseguirían, pero lo intentarían y así a sus corazones no les faltaría nunca ni luz ni esperanza.            


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